Los reporteros rusos críticos con Putin, nuevo blanco de los misiles de Moscú

Los reporteros rusos críticos con Putin, nuevo blanco de los misiles de Moscú

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Esta guerra se lucha en varios frentes: el militar, el económico y el informativo. En la trinchera de la verdad ayer el Kremlin se cobró la muerte de una reportera de investigación de esas que tanto teme el caudillo Vladimir Putin. La periodista rusa Oksana Baulina era una de las pocas profesionales de ese país autorizada a cubrir la guerra desde este lado, el de los invadidos. Es fácil adivinar las razones de Ucrania para facilitar su trabajo en Kiev y en Leópolis.

Con la muerte de Oksana Baulina, el régimen de Moscú añade otra muesca en el cinturón de los periodistas críticos eliminados. Desde el asesinato de Anna Politkovskaya en 2006 a manos de un sicario del Kremlin, la lista no para de crecer. A diferencia de la investigadora del diario Novaya Gazeta, que fue asesinada de un disparo en la cabeza, Oksana fue alcanzada muy lejos de Moscú y no en su propio portal.

Oksana trabajó como productora para la Fundación Anticorrupción (del opositor ruso Alexei Navalni, envenenado y encarcelado por el régimen de Putin). Después de que la organización fuera catalogada como «extremista», tuvo que abandonar Rusia para continuar informando sobre la corrupción del Gobierno ruso para el medio The Insider. Llevaba semanas recopilando información sobre las atrocidades contra civiles perpetradas por el ejército ruso cuando un misil la alcanzó en las inmediaciones del centro comercial golpeado en las afueras de Kiev.

No se trata de una muerte al azar. Numerosos testigos aseguran que el misil que destruyó el centro comercial había caído un día antes. Los periodistas que acudieron allí a cubrir la noticia (algunos de ellos españoles) sintieron la explosión en un parking cercano. Un arma de precisión, quizá disparada por un dron, acabó con su vida y la de otros dos civiles al alcanzar de lleno su coche, convertido en un montón de metal carbonizado.

El asesinato de Baulina, aprovechando el despliegue bélico y valiéndose muy posiblemente de la localización de su teléfono móvil, envía un peligroso mensaje a todos los informadores críticos (que es la única manera de ejercer el periodismo honesto) con el autócrata ruso. Los tentáculos de la musculosa máquina de represión rusa son muy largos.

Conviene recordar el asesinato en la lejana República Centroafricana de los reporteros rusos Orkhan Dzhemal, Alexander Rastorguyev y Kirill Radchenko, que fueron a investigar el nexo de unión entre el gobierno local y los mercenarios de Wagner, la conocida milicia que llega donde no llega el ejército ruso. Fueron emboscados y asesinados a tiros cerca de la base rusa sin que nadie investigara absolutamente nada.

Según el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ), una organización con sede en Nueva York, 59 periodistas fueron asesinados en Rusia desde 1992. Las consecuencias de esta persecución para la democracia rusa son catastróficas. Ayer los canales de televisión rusos, ya rendidos a las nuevas directrices censoras del Kremlin, mostraban imágenes aéreas de Mariupol o lo que queda de ella, reducida la ciudad a escombros tras el bombardeo en alfombra al que ha sido sometida como una Gernika a la ucraniana. Pero los locutores se empeñaban decir que los responsables de la destrucción eran «los nacionalistas ucranianos». El nivel de las mentiras ya supera no sólo los límites de la ética, sino de lo imposible. No tenían otra cosa que hacer los defensores ucranianos que bombardear su propia ciudad mientras que les atacaban los rusos.

Sea como sea, y con la gran parte de los medios internacionales de retirada, el público ruso se expone a quedar sometido a la única versión posible de emitir, que es la que da el Kremlin, con un mundo periodístico resovietizado, monolítico y tendente a la reedición del Pravda.

Maxime Borodin, otro reportero de investigación, murió en extrañas circunstancias en el año 2018 después de caer desde el balcón de su apartamento de la región de Sverdlovsk tras publicar unas informaciones sobre la presencia de mercenarios rusos en Siria, de nuevo del grupo Wagner. La fiscalía rusa se pronunció en estos términos: «No hay razón para abrir un caso criminal, hay varias versiones bajo consideración, incluido el accidente, pero no hay señales de que se haya cometido un delito». La realidad es que según el activista local Vyacheslav Bashkov, el periodista llamó a un abogado diciendo que varios hombres armados y camuflados se encontraban en los alrededores de su edificio preparados para asaltar su piso. Llamarlo «accidente» es un eufemismo propio de una película de la mafia.