La startup empieza aganarse el respeto de la empresa ¿Qué opinan de ellos?

En cinco años ha cambiado la opinión sobre el emprendimiento tecnológico. A base de esfuerzo, las startups se han ganado el respeto (y la colaboración) de las grandes empresas. Leer

La startup empieza aganarse el respeto de la empresa ¿Qué opinan de ellos?

En cinco años ha cambiado la opinión sobre el emprendimiento tecnológico. A base de esfuerzo, las startups se han ganado el respeto (y la colaboración) de las grandes empresas. Leer

Emprendimiento tecnológico

En cinco años ha cambiado la opinión sobre el emprendimiento tecnológico. A base de esfuerzo, las startups se han ganado el respeto (y la colaboración) de las grandes empresas.

PREMIUM

FEDE DURÁN

Actualizado Jueves,
17
marzo
2022

01:32

Aunque omnipresente en el último lustro, la startup no siempre ha gozado de la comprensión del público ni de la aceptación de la empresa convencional. Al emprendedor tecnológico se le ha endosado a menudo el sambenito del vendemotos o, peor aún, del adorador de la cultura del pelotazo.

Poco a poco, a base de resultados, rondas de inversión, salidas a bolsa y colaboraciones con grandes corporaciones de todos los sectores, el prejuicio se ha suavizado, pero queda por saber qué opina el propio ecosistema de este pensamiento evolutivo. Íñigo Juantegi, cofundador y CEO en OnTruck (logística), destaca la pequeña revolución cultural acontecida bajo el paraguas de unos pocos referentes. «Sí que muchas startups se han ganado el respeto del resto del sector privado y han conseguido que multitud de empresas tradicionales se echen a temblar. Por ejemplo, el vertical de los autobuses con Blablacar, el de la comida a domicilio con Glovo y el del taxi con Cabify«.

Johanna Gallo, coCEO en APlanet (sostenibilidad inteligente), secunda esta visión. «Cada vez hay más startups que generan números y resultados dignos de admiración o que innovan con una profundidad impensable para compañías con más trayectoria y recursos. Y esta reputación de agilidad podemos verla refrendada en tendencias como la búsqueda cada vez más intensa de colaboraciones, la inversión (corporate venture) y las incorporaciones y compras de startups con buenos números a sus espaldas».

Como en la simbiosis de postal del elefante y el picabuey, los actores más potentes de la escena empresarial comprenden al fin que el tamaño reducido es una ventaja para eludir el embudo burocrático de toda súper organización. «Esto es indiscutible. Debe tenerse en cuenta que las startups nos ofrecemos como un pequeño laboratorio donde ver si la teoría puede llevarse a la práctica. Ese escaparate es muy suculento, pues las corporaciones ven una pequeña muestra y estudian si la pueden incorporar. Es un riesgo mucho menor que el desarrollar una solución internamente», razona Sergio Gallastegui, responsable de Code Contract (automatización de procesos con blockchain).

Desde Capchase (fintech), el CEO Miguel Hernández se atreve con una comparación directa. «Las grandes compañías suelen ser muy buenas en distribución y escala, mientras que las startups son mejores en eficiencia, velocidad y capacidades tecnológicas. La combinación resulta en mejores servicios para los clientes que si ambas empresas actúan por separado».

Este mix de esfuerzos ha derribado, a su juicio, cualquier sospecha de burbuja. «La cultura del pelotazo estaba asociada más a otras industrias como el ladrillo. Crear una startup es increíblemente complicado: tienes pocos recursos, todo por hacer y en cuanto demuestras tracción te ponen una diana en la espalda y empiezan a salir competidores de todos lados. El rápido crecimiento viene por crear algo que mucha gente quiere y cuando todo se alinea, se crea muchísimo valor en el mercado, lo que a veces (muy pocas veces) se traslada en una adquisición o salida a bolsa».

No todos los emprendedores ven el vaso medio lleno en esta batalla por la respetabilidad. José Manuel Peral, cofundador de Gurucall (sesiones de coaching con gurús de diversos ámbitos), opina que «en España los altos ejecutivos no se adaptan a que los niños vengan con ideas nuevas y aportando valor donde ellos no pueden. Pero es una cuestión generacional que irá desapareciendo cuando, por ejemplo, la mentalidad sea acudir al mejor proveedor y no al que tenga más marca o sea mi mejor amigo».

Igual que Hernández, Peral describe un camino de abnegación poco conectado con el vino y las rosas de las mentes más fantasiosas. «Parece que vender una startup es como comprar terrenos, recalificarlos y colocarlos de nuevo. Comenzar con una startup es lo más duro y desagradecido que hay en muchos aspectos. Trabajas 24/7, te pasas el día escuchando el no de inversores, clientes y proveedores, lidias con problemas en el equipo y con el producto…».

Playtomic se autodefine como la app más grande de Europa para el alquiler de pistas de tenis y pádel, entre otros deportes. Pedro Clavería, coCEO, echa la vista atrás para dimensionar el cambio. Cuando empezamos, hace sólo 5 años, nos encontrábamos con muchos clubes que usaban programas hechos a medida por grandes consultoras y con usuarios acostumbrados a reservar usando herramientas feas. Cuando veían que éramos una startup, se respiraba desconfianza, pero a día de hoy es todo lo contrario».

El escollo no se esconde tanto en las entrañas del sector privado, según Clavería, sino en la comunicación con el poder público. «Más que empresarios de segunda, nos hacen sentir empresarios locos. El caso es que seguimos sin conseguir el apoyo de los organismos públicos. Ser CEO de una startup parece consistir en algo más bien divertido e inspirador para las administraciones, que no te escuchan con la misma atención que el gestor de un negocio familiar interesado en tu producto».