Indispensable Madeleine

Indispensable Madeleine

Obituario El recuerdo de Madeleine Albright sobrevuela Ucrania

Fue ella quien acuñó una de las expresiones canónicas del lenguaje diplomático. América, «the indispensable nation«. Epítome de su entendimiento del papel que le corresponde jugar a Estados Unidos en el mundo. Una síntesis de las dos corrientes -idealismo y pragmatismo- que recorren enlazadas, en y para la Historia, la proyección internacional de EEUU. Que tan bien encarna la idiosincrasia de esa gran nación hecha de y por inmigrantes.

Que hoy nos brinda en paráfrasis el mejor compendio de la personalidad y trayectoria de Madeleine Korber Albright, MKA por su sigla identificativa. En política era una voz global, escuchada, aglutinante, respetada. En la vida profesional, fundadora, alma y motor. Era indispensable Madeleine.

En la entrevista de la NBC que en 1998 lanza la expresión, añade: «We stand tall«, «We have a vision«, «We are America«. En estas frases se está definiendo. Desde su diminuto metro y medio desplegaba inagotable energía. Además una monumental estatura intelectual. Y visión del mundo. Opiniones claras siempre, fuertes las más de las veces, controvertidas a menudo, en ocasiones cortantes (sus intercambios siendo Embajadora de EEUU en Naciones Unidas, con el Secretario General de la institución Butros-Ghali, forman parte de la Historia).

Como primera mujer Secretaria de Estado, abrió brecha. De su estreno en el cargo, recordaba el machismo condescendiente que encontró… en la administración que le tocaba dirigir. Era por ello, feminista de convicción; a su vez práctica. De poca retórica y mucho impulso (la hoy número dos en política exterior del equipo Biden –Wendy Sherman-, colaboradora de Albright desde su época de gobierno, es un buen exponente de esta escuela).

La defensa y fomento de la Democracia fue su seña. En 2000, junto con otro gran personaje cuya amistad me honra (hoy también en la memoria) -el entonces Ministro de Relaciones Exteriores de Polonia, Bronisaw Geremek-, armó la Comunidad de Democracias: coalición de gobiernos, sociedad civil y sector privado (la apertura a estos actores lleva la huella de MKA) para promover y proteger las libertades y fortalecer las normas e instituciones democráticas. La Declaración de Varsovia fue firmada por 106 naciones, desde un núcleo constituido por Chile, República Checa, India, Malí, Portugal y la República de Corea. No es casualidad que una de las primeras iniciativas de la presidencia Biden fuera retomar el testigo. Para mi recuerdo, éste fue el tema de nuestra última conversación larga.

MKA era una patriota americana. Una optimista patriota americana. Una agradecida patriota americana. Aunque se ha repetido, es destacable hasta qué punto su experiencia informa su política. Marcada por la necesidad de huir de su Checoslovaquia natal dos veces: su familia judía emigra en 1939 y, tras retornar al finalizar la guerra, se ve obligada a volver a escapar (esta vez del comunismo) en 1948. Contaba frecuentemente que ella y sus padres, en los tumbos que dieron por Europa, se enfrentaban sistemáticamente a la conmiseración de «cuándo podrían regresar a Praga». «En América, bien al contrario. Nos hizo sentir en casa que, desde el principio, solo nos preguntaban por nuestros proyectos en el país.»

MKA sentía sus raíces europeas. Había situaciones en las que afloraba hasta cuánto podía llegar a «dolerle Europa». Los Balcanes, el flanco este de la OTAN. Europa es telón de fondo de su obra. En su último artículo, Putin is making a historic error (NYT), da buena cuenta de esta prioridad. Publicado un mes exacto antes de su muerte, la víspera de la invasión, no ha perdido un ápice de actualidad. Auguraba el valor que desplegarían los ucranianos, el fortalecimiento de la Alianza, las dificultades que hallaría el ejército ruso. Lapidario su juicio: «[Putin] está seguro de que los estadounidenses comparten su cinismo y su ansia de poder y que, en un mundo en el que todo el mundo miente, no tiene la obligación de decir la verdad.»

Una aventura vivida en común fue la presidencia que compartimos de la delegación de observadores del National Democratic Institute a las elecciones generales ucranianas de 2014 (entre tantas vivencias, le debo -también- esa extraordinaria experiencia). Yo había llegado unos días antes a Kiev. Ella tenía que aterrizar esa tarde. Y recibí una llamada: «Ana, estoy en Gdansk. Han anulado mi conexión aérea. Pero no te preocupes, llegaré en coche mañana sobre las 7:00» (hoy, ocho años más tarde, Google Maps estima entre 13 y 16 horas de viaje). Y llegó. Se cambió, y a las 8:30 entraba puntual en la reunión preparatoria interna. Fue una estadía intensa, con reuniones -a veces duras- con todos los candidatos, y las fuerzas vivas. Al despedirnos -era noche bien entrada-, como si tal cosa me dijo: «Salgo mañana a Brasil, tengo que tomar un vuelo a las 6 de la mañana a Londres». Esta era MKA.

En Noviembre de 2002 habíamos acordado cenar mano a mano en un Bobby Vans (popular cadena de «steakhouses») cercano a su despacho. Era tarde. Me estaba esperando sentada al fondo de un típico «booth» (compartimento que aísla cada mesa con sus dos poyetes contrapuestos). Yo venía de una reunión en el Departamento de Estado con su sucesor, Colin Powell. Discusión larga y difícil sobre Irak. No me había sentado aún cuando, con esa mirada tan suya de lechuza de Minerva que subrayaba los momentos importantes, me espetó: «Tough day, huh…«. Me hundí en la banqueta y le mantuve la mirada. Sin darme opción a responder continuó: «Well, enjoy it«. Leyendo mi sorpresa ante la exhortación, prosiguió: «Sí, vive las dificultades del cargo a tope. Precisamente las dificultades. Y en ese sentido, disfrútalas. Porque son las que definirán tu desempeño. Y te cambiarán como persona».

Indispensable Madeleine.